Metáforas, analogías, parecidos… no me atrevo a decir que es fácil encontrarlas. Pero sí digo que no resulta una tarea difícil, las más de las veces.
Señor de traje opaco, pero no negro, aclaremos, de gesto adusto, vida rutinaria, que trabaja en una oficina, privada o estatal, da lo mismo, y que sólo se ríe a veces, cuando se mofan de un ser más minúsculo que él, no puede considerarse menos que un ser gris.
Como el joven filo vegetariano, liberal y naturalista, vestida con ropa cara pero al descuido, tiene que ser verde. Verde pálido, casi seguro.
Mujer sufrida y apasionada, condenada por lo mejor que tiene, su arrobamiento irrefrenable, es roja. La buena o tilinga, es blanca; la madre abnegada que a veces se muestra coqueta, es naranja.
A veces, en mi caso casi nunca, vemos a la gente. A sus rostros. Sus gestos, lo que presuntamente transmiten.
Es cierto, dirán muchos, que no es una tarea muy divertida observar la retahíla de hombres y mujeres de color pastel oscuro que desfilan impasibles por cualquier arteria concurrida.
Ni el calor, ni las carnestolendas, colorean el desfile mentado. Acaso una joven se atreva a un rosado fuerte, o un caballero joven, de negro, a un saquito verde. O alguien a unas zapatillas amarillo oscuro o una señorita a la osadía de unas botas celestes.
Si me quedo mirando caras, gestos, gentes, desfile, lo que no veo son matices. No los veo, no los hay. Tal vez mis pesimistas ojos no los distingan, o tal vez mi anhelo y mi fe los busquen y no los encuentren.
Hay gente sepia. La veo y se torna rápidamente sepia a mis ojos, como una foto antigua. No tiene que ver con la edad, sino con la renuncia. La renuncia a ser. Son gente sepia, no se conduce a un futuro.
Es más grato, sin dudarlo, buscar en la multitud mujeres agraciadas. Cómo no amar las faldas, sobre todo las cortas, que seguramente también son pastel, pero dejan ver tobillos y muslos, que es lo mejor, de colores. De brillante tonalidad ya pálida, ya oscura, pero que despiertan vida, y dan vida con el deseo que despiertan, sí.
Sí. Las mujeres bellas también son pastel oscuro, pero permiten hurgar aviesamente, asomando parte de su cuerpo real para que mis ojos vean colores vivos. Vivos de vida. Un amarillo fuerte acaba siendo pastel en una dama anodina, pero un muslo pálido, o uno oscuro es color vivo, en una dama que no trasmita sepia ni pasteles, apenas belleza y vida.
Rojo y azul, rubíes en el agua.
Verde y amarillo, esmeralda y ámbar.
Rojo y verde, bolas de billar sobre el paño. O canicas sobre el césped.
Y así, en infinito juego, describiendo imaginarios contrastes, recuerdos de escenas vividas.
Con la música, ay, la música…
Orquestaciones brillantes para luminosos momentos, concertinos para un tenue descanso… movimientos andantes, o allegros, vivaces o ma non troppo…
La vida, aquí y allá, una rapsodia, mezcla de rock, grunge, conciertos para violín y piano, candombe, tango, fusiones… silencios.
Aquí afuera todo es ruido. Quisiera describir un do y un la, pero acoplan demasiado los micrófonos, los chillidos en la aturden, y un lejano mí bemol se pierde entre rumores desapacibles…
¿Cómo descubrir un color firme, o una melodía amable, en esta selva de cemento y poca fe?
Juega una niña, vestida de ámbar, en el césped esmeralda, y acaso quisiera que se parezca a mí.
Y juego yo, en otro tiempo y otro lugar, sobre la blanca arena, delante de un celeste mar, y yo rojo de pasión, futuro, esperanza y fe.
Y azul, vienes a mí, dando armonía a mi desconcierto. Eres apenas audible, pero acelerados tus pasos se acercan, y ya siento, contundente, vital, tu sinfonía; tus pasos, tus ojos, una obra maestra… quiero que me puedas devolver el rojo que tuve en la ciudad gris, o ámbares y esmeraldas, sonando siempre en mis oídos tu maravillosa sinfonía en azul…
1 comentario:
Siempre o casi siempre, son bellas las metàforas, sobre todo en este escrito, que permite imaginar esos rostros, esas personas quizás en colores. Colores que representan cada forma de vida. Desde luego, como otras obras que leì, me encantò. Gracias. Un beso. Fabiana.
Publicar un comentario